El juicio del señor inglés

El juicio del señor inglés, cuento para niños. Estaba realmente agotada, así que me dejé caer en el butacón. Admiré una o dos veces mi artístico dos en Español, y supongo que tras bostezar unas tres o cuatro veces, me dormí.
- ¡Corran, entérense, salgan! –gritaba el señor Lápiz noticioso (el cartero)– el último acontecimiento se celebrará el juicio del señor inglés.
Todo el pueblo salió corriendo y yo no pude resistir a la curiosidad, mejor dicho, no hice ni por resistirme, así que me largué lo más rápido que pude y menuda fue mi suerte, pues fui una de las últimas en entrar.
El salón era diminuto, caluroso, en el centro había una mesa grande, la mesa del Juez, donde se sentó una señora mayor, gorda, de nariz aguileña y un cierto estilo de maja algo exagerado, era la jueza Doña Ortografía, toda vestida de negro y con un pequeño sombrero y unos lentes de los que colgaba una cadenilla hasta un pasador en el cuello y unas plumas en la cabeza, detrás del sombrero, negras y algo españolizadas que debían medir como mínimo, un metro.
El fiscal era Don Adjetivo, que se preocupaba por adornar demasiado cada frase que decía, y la defensa estaba a cargo de la señora Goma, que como lo borraba todo, no se acordaba de nada.
En el jurado estaba Doña Esdrújula, acompañada de sus hermanas menores, la señorita Llana y la señorita Aguda que se vistieron de gala para la ocasión. Detrás estaba la O que lo único que hizo fue comerse cinco paquetes de papas fritas y un emparedado y casi reventaba de la llenura. Estaban también presentes las señoritas Redacción y Composición, muy compuestas por cierto, y delante de ellas guardó asiento una F muy viejita que debía ser filósofa. Estaba también el maestro Verbo que cuando abría la boca era sólo para mandar y el señor Cuaderno, muy estropeado, que no dejaba de reñir con el señor Lapicero.
En el juicio habian otras personas de renombre como la familia Pronombrada, compuesta por todos los pronombres, la familia Lírica y la familia Épica que estaban compuestas por sus poemas y guardaban relaciones aunque con ciertas diferencias, después estaban los Artículos, las Conjunciones, etc.
El salón fue custodiado por el cuerpo de las P, policías que andaban de completo uniforme, comandados por el capitán Pantaleón.
Por último, estaba ahí, sentado en el banquillo de los acusados y todo engurruñado, el señor inglés, con una lupa en un ojo y su bigote cenizo, todo despeinado.
- ¿De qué se acusa al señor inglés? –preguntó Doña Goma.
- Yo lo acuso de maltratarme -salió enseguida el señor Cuaderno- miren mis hojas, todas llenas de tachaduras y borrones, ya me avergüenza juntarme con mis otros compañeros, se burlan de mi apariencia y todo, porque este señor decidió escribir con bolígrafo para llenarme de manchas y luego borrar con goma mojada, eso desgarra mis hojas –respiró- por eso pido que lo condenen y que prohíban el uso de lapiceros en cuadernos escolares.
- Objeción señoría –dijo Don Lapicero- este señor delira.
- ¿Por qué? –dijo Don Cuaderno.
- El problema de sus tachones no es nuestro, sino de quien nos use.
- ¡Tiene razón! –interrumpió Doña Caligrafía. Yo acuso al señor inglés de mala caligrafía.
- Y yo también lo acuso –dijo la señorita Llana- no le pone acento a mis palabritas y estas lloran porque se ven muy feas y suenan mal.
- Pero no todas las palabras se acentúan –dijo Doña Ortografía.
- Tiene usted la más adorable, absoluta, complaciente y dulce razón –intervino Don Adjetivo.
- Pero las mías sí –saltó Doña Esdrújula- todas mis palabras se acentúan y este señor no lo hace.
- Tampoco lo hace con mis palabras atildadas –intervino la señorita Aguda.
- Prosiga usted Doña Goma- dijo la jueza.
- Debería hacerlo, pero se me borró lo que debía decir.
- Vaya defensa, ¿alguien del jurado desea alegar algo? ¿usted señor?
- Este sí, bueno, este -se rascó la cabeza- ¿les apetece un emparedado de salchichón con queso?
- ¡Señor O! está eximido usted del juicio.
- Este, yo tengo algo que decir –dijo la F filósofa- acuso al joven por tener ideas muy pobres y pocos argumentos en sus temas.
- Además, tiene muy mala redacción y no concuerda en lo que dice –saltó Doña Concordancia.
- Pero yo…- intentó hablar el señor inglés.
- ¡Usted se calla! –dijo el Maestro Verbo.
- ¿Quién es él? –preguntó Doña Goma.
- Esta infeliz, desdichada, sufrida, acongojada, desanimada –intervino Don Adjetivo.
- El acusado, al que tienes que defender –le interrumpió Doña Esdrújula.
- Ah sí, perdón, lo había borrado de mi mente.
Del público salieron el y él.
- ¿Lo acusamos! –gritaron.
- ¿De qué si se puede saber?
- De que no atilda a mi hermano –dijo el- y ya no sabemos cuando es él o cuando soy yo.
- Lo mismo pasa con nosotros –se pararon más y mas, sí y si, te y té, mí y mi.
El señor inglés estaba más engurruñado que una culebra y en el salón comenzó el murmullo a hacerse insoportable.
- ¡Silencio! –dijo la jueza- ¡Silencio!
- ¿Qué sucede aquí? –se abrió la puerta de pronto- ¿cuál es el escándalo?
Entró caminado un viejo militar, corpulento, grande, alto, todo vestido de limpio y con las botas lustradas, con un hermoso gorro y una barba blanca y tupida, nariz afilada, cejas peludas, ojos pequeños y hundidos, era el General Español.
- ¿A qué se debe tanta gritería? –preguntó.
- Hacemos el juicio del señor inglés –dijo alguien del público.
- ¿Y de qué se acusa a mi amigo? –volvió a preguntar.
- De no usar las tildes, de mala ortografía, mala redacción, mala caligrafía –dijo con propiedad Doña Esdrújula.
- De tener pocos conocimientos sobre la lengua.
- ¡Ja, ja, ja! –retumbaron las carcajadas del General.
- ¿De qué se ríe señor? –preguntó la señorita Aguda.
- De su ignorancia por supuesto.
- Explíquese señor –dijo Doña Ortografía.
- ¿Sabían ustedes que este señor no se rige por nuestras normas? Es simplemente otro idioma.
- ¿Cómo otro idioma señor?
- Si, otra lengua, otra forma de hablar, por él se comunican otras personas.
- ¿Y qué hace aquí? Si es de otro lugar.
- Muy simple, vino para conocernos y quiere ser nuestro amigo.
- Bueno –dijo Doña Ortografía y dio un golpecillo en la mesa- todo ha sido un malentendido señor, queda usted eximido de culpas.
El señor inglés se paró, se sacudió el uniforme, se puso la lupa en el ojo y con altivez se atusó el bigote.
- Bien, estimada señora –dijo mientras se alisaba sus escasos cabellos- Yo alegrarme que todo haya sido una confusión, ahora con su permiso me retiro.
No supe a dónde fue el señor inglés, pero lo último que recuerdo fue que mi madre me sacudió para despertarme.
- Hola.
- Este.. hola ¿cómo te fue en el trabajo?
- Bien. ¿Y tu examen?
- Este…bien, no lo hicimos –dije mientras escondía el papel tras la espalda- pero te prometo que cuando lo haga, cogeré cinco.
Te ha gustado el juicio del señor inglés?